martes, 25 de noviembre de 2008

Crítica en MONTAJE DECADENTE

lunes, noviembre 24, 2008

teatro // Aquaman, de Diego Velázquez

Ahí está Aquaman en su camarín, tan freak y tan popular. Que no es un camarín, sino casi un galpón de cosas en desuso entre las que apenas desentona. Que no es tan freak, y alcanza con escuchar sus sentimientos para comprenderlo. Que ya no es tan popular, y por eso pasó de la Liga de la Justicia a este ¿acuario? en donde no es difícil deducir que alterna su show con las focas y la orca.Quizás los años en Estados Unidos le domesticaron el oído a las canciones en inglés, pero si pasa un tiempo por acá ya va a descubrir el tango y, robándole las palabras a Alfredo Le Pera, va a cantar “Si arrastré por este mundo / la vergüenza de haber sido / y el dolor de ya no ser, / bajo el ala del sombrero / ¡cuántas veces embozada!, / una lagrima asomada / yo no pude contener”.¿Qué habrá sido Aquaman que ya no es? ¿Sabrá él mismo lo que ha perdido o es un agujero en su existencia sin clara identificación? ¿Qué hay de real de esa Arcadia subacuática que parece contemplar cuando se le pierde la mirada con ternura resignada? Son muchas preguntas, muchas más que las aquí punteadas. Y no es temporada de respuestas.Pero el tipo se la aguanta. No se escapa. Y todas las adversidades que se le han hecho carne parecen convertirse en poesía. “Si crucé por los caminos / como un paria que el destino / se empeñó en deshacer, / si fui flojo, si fui ciego, / sólo quiero que comprendan / el valor que representa / el coraje de querer”. Ah, entonces, ¿se trata de un querer? Más interrogantes.Testigo cotidiano pero no por ello menos perplejo, su cuidador o domador o presentador –según en qué rama del reino animal haya reubicado el mercado al melancólico héroe de viñetas– apenas puede ofrecerle instantes de humanidad. Bastante para quien ha salvado tantas vidas y hoy habita en ese frasco de lujo, pero frasco al fin.La comprometida interpretación de Diego Velázquez echa luz sobre este relato que constantemente se repliega como hacia un sombrío laberinto sin salida. El cruce de su trabajo con la proyección de imágenes no hace más que ennoblecer su labor. A su versatilidad en la actuación y en la danza, suma aquí las responsabilidades de la dramaturgia y de la dirección, y bien las desempeña. Las coreografías las creó con el talentoso Diego Rosental. Y en escena lo secunda Pablo Cura, preciso y eficaz, cuyo regreso a la escena porteña es de desear duradero.Que siga cantando, pues, Aquaman, así llega al estribillo de Cuesta abajo y evidencia tanto dolor a la vez que nos oculta su origen: “Era para mí la vida entera, / como un sol de primavera, / mi esperanza y mi pasión. / Sabía que en el mundo no cabía / toda la humilde alegría / de mi pobre corazón. / Ahora, cuesta abajo en mi rodada, / las ilusiones pasadas / ya no las puedo arrancar. / Sueño con el pasado que añoro, / el tiempo viejo que lloro / y que nunca volverá”.Sí, Aquaman: definitivamente, el tango es lo tuyo.

Lucho Bordegaray.

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