viernes, 22 de febrero de 2008

TEXTOS

En la lista de mi amor no hay hada, apenas una suma de aflicciones. soy un escapista del amor, desperdicio el alimento con un gesto. Me he escapado del amor como he podido, ahora me persiguen por impago. En la unción del sueño está la carne pero nunca es la que espero.
Yo no quería eso. Yo quería un amor esplendido. Alguien a quién decir: tanto, siempre, eternamente.

Sabe mi madre que pierdo el sueño por las noches, pero ya soy grande -dice- y los grandes suelen estar despiertos hasta tarde. Había en mi cama al cumplir siete un obsequio, amuleto de infancia con el tiempo. Hoy el regalo de mi madre tiene la presición de un astrolabio: un libro que anticipa "Cómo jugar solo". Mi madre me dejo a los nueve sin despedirse. Todavía robo el rouge de la cartera que olvido sobre la cama y me pinto besos a ambos lados de la cara. Aunque todos digan que no hay nada, se muy bien que llevo una cicatriz sobre la frente allí donde mi madre dejó mientras dormía su beso. A veces, la tarde llegaba como un sueño de héroe de historieta. Cuando salía a correr olas con la tabla, me seguía siempre esa espuma, rumor brumoso de olas al al acecho. Colas de novia sobre el mar. Las olas están llenas de esos cuerpos que llevan trajes de dos piezas y se entregan de la mano al vaivén de la marea. Deliciosas, con el pelo hecho de agua, una flotilla de novias dice: ahora me ves, ahora no me ves. Nada saben mis padres de esas tardes, no ven el llanto acumulado en la rejilla, ven un resto de agua que resbala, un charco crecido bajo el traje de neoprene. yo era guapo, feliz por esos días. Ella vuelve a menudo a esa playa. Piensa que el viento en la cara le da fuerzas. Se sienta en la arena y dibuja con el dedo. Casas.

No quiero este cuerpo extraordinario y sin uso, quiero la fuerza que tenía mi padre cuando cantaba los sábados al mediodía. Mi padre era marinero y yo me pinto anclas o delfines en los hombros, que fatalmente se borran con el agua. No se acuerda, tampoco, por que me dejó tan pequeño. Miento o también oculto. No le digo lo que más odio de él. Cuando se hacía tarde y debía quedarme a dormir en su casa me despertaba en la mañana para verlo afeitarse apoyado en el marco de la puerta, hasta el momento en que, sin aviso, retiraba la vista del espejo y me miraba. Inmóvil, mitad hombre, mitad Papá Noél, como si le hubieran disparado el rayo congelador.

Textos mezclados de los poemas de Hernán LaGreca con algunos retoques. Así los estoy probando ahora.

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