sábado, 26 de julio de 2008

Alfonsina


Vaya a saber uno por qué, pero desde que empecé con el blog, estoy tratando de evitar este post. Quizás me parecía demasiado obvio colgar algo de Alfonsina Storni. Quizás en algún lugar me avergüenza mi pasado de lector apasionado de sus poemas. Por que hubo una época en la que Alfonsina era la traductora de todos los pesares. La traductora y la que los potenciaba.
Hoy leerla es leer una época, una sensación temporal adolescente; hasta el momento en el que me encuentro con alguna línea que mantiene la verdad.

Y su final tan pomposo.
Hace años, con un gran amigo de aquella etapa, escuchábamos emocionados la famosa canción de Ariel Ramírez y Félix Luna.
Una canción que poetiza el suicidio. Y así la veíamos, entrando al mar, vestida de blanco (seguro), erguida, confiada, tranquila...
Claramente los hechos no sucedieron de esa manera.
Pobre Alfonsina, conociendo la costa marplatense, la costa donde fue a morir, y donde nosotros vivíamos, sabemos que no fue así.
Debe haber sido revolcada, tirada por las olas, quizás su cabeza golpeo contra alguna roca, y a pesar de la locura que la dominaba, sus brazos deben haber intentado mantenerse a flote.

Y cuando el agua entro en su boca? y en sus fosas nasales, llegando hasta los pulmones? vaya a saber uno que pensaba, pero seguramente no debe haber estado tranquila, ni arrullada por el canto de las caracolas marinas, ni esperando a las cinco sirenitas que la llevarían por un camino de algas...

Una obra como la de ella, que buscó tan profundamente el delirio del dolor, se encuentra de repente con la realidad más desesperante: Morir ahogado.
Siempre pienso: un suicida volvería a hacerlo se tuviera la oportunidad?
Suicidios como este, no de arma de fuego que los imagino más instantáneos, sino ahorcados, desangrados... todos suicidios que deben permitir una conciencia de lo que está sucediendo, no? Que deben permitir arrepentirse en el medio de la acción, aunque sea demasiado tarde y las cosas no puedan volver atrás.
Lo llevó a acabo a la noche.
Quizás si la marea la hubiese traído de vuelta antes del momento fatal, dejándola tirada en la arena, permitiendo que el aire volviera a entrar a su cuerpo.
Ella despertaría en esa playa desierta.
Y se quedaría ahí, mirando el mar durante horas, hasta el momento en el que, empujada por el frío de su cuerpo mojado, o por que la luz del día estaba próxima, emprendería la vuelta lenta a su casa.
Dormiría días.
Entendería que él no llamo, ni llamará.
Y que la enfermedad... no sé que pensaría de su enfermedad.
No escribiría durante un tiempo. Solo volvería a leer lo que ya estaba hecho.
Quizás quemaría todos sus escritos, minimizados ante el hecho.
Y los recordaría como parte de una época, una sensación temporal...

2 comentarios:

Romina Incarbone dijo...

Alfonsina, para mí, siempre fue como una figura de admiración, al menos de chica; me parecía de fábula su historia. Me parecía romántica la manera en que decían que se había metido al mar. Hasta que supe la verdad. Como vos la contás.
Alfonsina, hoy, para mí es como un misterio a descifrar, como mujer, como escritora, como poetisa. Leyendo su vida, me parece increíble que tuviera esas imágenes para la escritura y al mismo tiempo tanto dolor. En fin, hay mucho por hablar de ella.
En cuanto a los suicidas, siempre me llamaron la atención los que lo hacen mediante la ingesta. Esa cosa de meterse algo en el cuerco que sabe que le provocará la muerte. Veneno, fármacos, ácido, lo que sea, como aparte de provocarse la muerte también se castigara por ello.
Me encantó tu post. Mucho.
Besos
Ro

antiprímula dijo...

Domingo frío, saco de mi biblioteca la poesía completa de AS, te dejo dos, al azar, ambos denotan cierta conciencia de su destino, y son de muchos años antes de elegir el mar. Yo vuelvo a leerla de vez en cuando y la sensación es parecida a releer alguna carta de amor que escribimos algún día con pasión y creencia en la interminabilidad del sentimiento que la inspiró. Se mezcla el pudor y la emoción.

Acá van:

Tengo el presentimiento que he de vivir muy poco.
Esta cabeza mía se parece al crisol,
Purifica y consume,
Pero sin una queja, sin asomo horror,
Para acabarme quiero que una tarde sin nubes,
Bajo el límpido sol,
Nazca de un gran jazmín una víbora blanca
Que dulce, dulcemente, me pique el corazón.
(Presentimiento, El dulce daño, 1918)

Un día estaré muerta, blanca como la nieve,
Dulce como los sueños en la tarde que llueve.
Un día estaré muerta, fría como la piedra,
Quieta como el olvido, triste como la hiedra.
Un día habré logrado el sueño vespertino,
El sueño bien amado donde acaba el camino.
Un día habré dormido con un sueño tan largo
Que ni tus besos puedan avivar el letargo.
Un día estaré sola, como está la montaña
Entre el lago desierto y la mar que la baña.
Será una tarde llena de dulzuras celestes,
con pájaros que callan, con tréboles agrestes.
La primavera, rosa, como un labio de infante,
entrará por las puertas con su aliento fragante.
La primavera rosa me pondrá en las mejillas
-¡La primavera rosa!- dos rosas amarillas...
(Silencio, Irremediablemente, 1919)

Un abrazo.